Si insultas al árbitro, das permiso a tu hijo para hacer lo mismo. Y aunque pueda parecer una reacción momentánea, un grito desde las gradas o una queja airada después de una decisión polémica, cada acción de los adultos tiene un impacto profundo en los niños que observan y aprenden.
En el fútbol base, los valores que transmitimos son tan importantes como la técnica que enseñamos. Cuando los padres, entrenadores o espectadores pierden los estribos frente a una decisión arbitral, están enviando un mensaje claro: que está bien comportarse de esa manera cuando las cosas no salen como esperábamos. Pero, ¿es este realmente el ejemplo que queremos dar?
Los niños absorben todo lo que ven y escuchan. Si ellos presencian cómo los adultos reaccionan con agresividad o falta de respeto hacia el árbitro, es probable que internalicen ese comportamiento y lo reproduzcan en sus propias acciones. Porque no solo imitan nuestras palabras, sino también nuestra actitud ante la adversidad.
Un niño no debe crecer pensando que el deporte es un espacio donde el desprecio y la falta de respeto son aceptables. No debemos enseñarles que ganar justifica cualquier medio ni que criticar a otros forma parte del juego. En cambio, debemos mostrarles que el verdadero éxito se mide por cómo tratamos a quienes nos rodean, incluso en situaciones difíciles.
Cuando entendemos que nuestro comportamiento influye directamente en el desarrollo moral y ético de los jóvenes, estamos asumiendo una gran responsabilidad. Porque el fútbol, como cualquier actividad humana, necesita ser practicado con respeto, humildad y deportividad. Y eso empieza por el ejemplo que damos los adultos.