«Cuando los gritos desde la grada ahogan el fútbol base.»
Lo más lamentable que hemos escuchado últimamente: un padre, en un partido de fútbol base, gritándole a su hijo: «¡Antonio, dale! ¡Pero dale fuerte! ¡O le rompes la pierna o no! ¡Que se queja tanto!». Sí, hablamos de un partido de alevines, en Altea. Niños de 10, 11 años jugando al fútbol, no una final de Champions.
¿Qué estamos enseñando cuando un padre le dice a su hijo que lastime a un rival? ¿Qué mensaje le estamos enviando a esos niños que solo quieren divertirse y aprender? ¿De verdad creemos que gritarles para que jueguen sucio los hará mejores personas o mejores jugadores?
Un niño no recuerda cuántos goles metió en ese partido, pero sí recuerda el grito de su padre pidiéndole que rompa la pierna a un compañero de juego. No se queda con el resultado, pero jamás olvida la vergüenza, el miedo o la confusión de ese momento.
El fútbol base no es un campo de batalla, es un espacio para formar personas. Los niños necesitan partidos donde se respete al rival, donde el fair play sea la norma y donde los adultos prediquen con el ejemplo. Necesitan padres que los animen, no que los inciten a la violencia. Necesitan entrenadores que les enseñen a competir con dignidad, no a ganar a cualquier precio.
Cuando entendamos que los gritos desde la grada no construyen, sino que destruyen, el fútbol base volverá a ser lo que nunca debió dejar de ser: una escuela de valores.
Reflexionemos: ¿Qué clase de ejemplo estamos dando a nuestros hijos? ¿Queremos que recuerden el fútbol como un juego divertido o como un campo de gritos y presiones?
Y ahora te pregunto a ti: ¿Has presenciado situaciones como esta en el fútbol base? ¿Crees que los adultos estamos arruinando la esencia del deporte para los niños? ¡Comenta y comparte si crees que es hora de cambiar esta cultura!