«Cuando el fútbol deja de ser divertido, deja de ser fútbol.»
En el fútbol base, a veces olvidamos lo más importante: los niños juegan porque les divierte, no porque estén cumpliendo un sueño adulto. Pero, ¿qué pasa cuando la presión, las críticas y la exigencia excesiva se apoderan del terreno de juego?
Vemos niños que llegan a los entrenamientos con caras de cansancio, padres que gritan desde las gradas como si fuera una final del Mundial, y entrenadores que exigen perfección en cada pase, en cada disparo, en cada movimiento. Pero, ¿es esto lo que necesita un niño? ¿De verdad creemos que más presión los hará mejores?
Un niño no recuerda cuántas horas entrenó para perfeccionar su regate, pero sí recuerda el día que dejó de sonreír en el campo. No se queda con el nombre del rival al que venció, pero jamás olvida la sensación de miedo al fallar un pase y escuchar los gritos desde la grada.
El fútbol base no es una fábrica de máquinas, es un lugar donde el juego debería ser sinónimo de diversión, aprendizaje y crecimiento. Los niños necesitan partidos donde reírse esté permitido, donde equivocarse sea parte del proceso, y donde el resultado no sea más importante que el disfrute. Necesitan entrenadores que los inspiren, padres que los apoyen y un entorno que les recuerde por qué empezaron a jugar.
Cuando entendamos que el fútbol es, ante todo, un juego, dejaremos de robarles la infancia y volveremos a poner en valor lo que nunca debió perderse: la ilusión.
Reflexionemos: ¿Estamos dejando que los niños disfruten de su propio partido o les estamos imponiendo el nuestro?
Y ahora te pregunto a ti: ¿Cuándo fue la última vez que viste a un niño sonreír en el campo sin miedo a equivocarse? ¿Crees que estamos haciendo lo suficiente para proteger su infancia? ¡Comenta y comparte si crees que el fútbol base necesita más diversión y menos presión!