¿Recuerdas cuántos penales mal pitados te robaron la infancia? Ninguno. Porque en el fútbol base, los errores arbitrales no definen a los niños, definen a quienes reaccionan ante ellos.
Vemos partidos donde un silbato se convierte en el centro de atención, donde padres discuten desde las gradas y entrenadores cuestionan cada decisión. Pero, ¿es esto lo que le enseñamos a nuestros pequeños cuando hacemos más ruido por una falta mal cobrada que por su esfuerzo durante todo el partido?
Un niño no llora porque el árbitro cometió un error, llora cuando ve que los adultos pierden los estribos por algo que pasará desapercibido en unos días. No recuerda si ganaron 2-1 o 3-2, pero nunca olvidará si su papá o mamá discutieron con el árbitro enfrente de todos.
En el fútbol base, el árbitro no es el enemigo, es parte del aprendizaje. Los errores forman parte del juego, tanto dentro como fuera de la cancha. Lo importante no es si el gol fue legal o no, sino cómo respondemos ante la adversidad.
Propongamos un reto: ¿Podemos salir de un partido hablando del talento de nuestros niños en lugar de los fallos arbitrales? ¿Podemos demostrarles que hay cosas más importantes que un silbato?
Los niños merecen ver en nosotros el ejemplo de deportividad que predicamos. Recordemos que están aprendiendo mucho más que reglas de juego.