Deja que se equivoquen. Tres palabras que podrían cambiar por completo cómo vemos el fútbol base.
Cuando un niño falla un pase, pierde una pelota o mete un autogol, ¿qué es lo primero que hacemos? Muchos de nosotros reaccionamos corrigiendo inmediatamente: «¡No hagas eso!», «¡Pasa rápido!», «¡Atento!». Pero, ¿y si en lugar de corregir, simplemente dejáramos que cometan errores?
El error no es el enemigo del aprendizaje, es su mejor aliado. Cada mal pase, cada pérdida de balón, cada movimiento incorrecto es una oportunidad disfrazada. Es el momento exacto donde ocurre el verdadero crecimiento. Porque no aprendemos cuando todo sale bien, aprendemos cuando algo sale mal y tenemos la libertad de descubrir por qué.
Imagínate a tu hijo intentando resolver un rompecabezas. ¿Lo ayudas en cada pieza o le dejas encontrar su propio camino? En el fútbol pasa exactamente lo mismo. Cuando intervenimos constantemente, lo que hacemos inconscientemente es quitarle la oportunidad de aprender por sí mismo.
Un niño no recuerda cuántas veces tocó bien el balón, pero nunca olvidará aquella vez que falló frente a todos y supo levantarse solo. No guarda en su memoria las instrucciones perfectas, pero siempre recordará cómo superó sus propios tropiezos.
Dejar que se equivoquen no significa abandonarlos. Significa confiar en su capacidad para aprender, para adaptarse, para mejorar. Significa enseñarles que el error no es un fracaso, sino un paso más en el camino hacia la excelencia.
La próxima vez que veas a un niño cometer un error en la cancha, prueba algo diferente: sonríele. Deja que él mismo encuentre la solución. Verás cómo poco a poco, esos errores se convierten en aciertos.